Este sitio es de especial interés para los jóvenes universitarios del sector, quienes en las tardes y noches de la fría Bogotá concurren a la plazoleta y se sientan alrededor de la pileta a escuchar a cuenteros, grupos musicales, a ver malabaristas y demás artistas que ocasionalmente acuden a la zona. La hermosa plazoleta atrae a jóvenes, a turistas, a artistas reuniéndolos en ambiente de luces de neón que contrastan con la arquitectura colonial.
En el día, la plazoleta deja ver su pileta, la capilla y aquel gran muro que acoge personajes enigmáticos que parecen moverse y observar a las personas que pasan diariamente por este famoso lugar.
Turistas y curiosos asisten al chorro porque suponen que en sus calles y en sus casas hay historia. Pero ¿qué pasó realmente en ese lugar donde hoy se siente el olor a café, a marihuana, a chicha, a dulce y a cigarrillo?, ¿qué es lo que esconden las calles empedradas, las casas, la pequeña capilla y la pileta?
Según los primeros cronistas de Bogotá, el chorro de Quevedo era un escampado en la montaña donde el Zipa (cacique) Muizca descansaba y podía tener una visión amplia de la sabana.
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